domingo, 11 de marzo de 2012

DIVERSIDAD EN CONFLICTO

Por: José María Arguedas*

Que el grado y vastedad de la difusión de la cultura europea en el Nuevo Mundo estuvo determinado por la geografía y el mayor o menor desarrollo alcanzado por los pueblos nativos, es un hecho suficientemente demostrado.

México, América Central y el Perú conservaron una excepcional cuantía de su población y pervivencias profundas de su antigua cultura porque los conquistadores aprovecharon el trabajo de estos pueblos y las instituciones que a través de su desarrollo histórico lograron organizar precisamente para conseguir el máximo aprovechamiento del medio al servicio del hombre.

La zona peruana más próxima a Europa. la costa, asimila con mayor rapidez las técnicas y valores característicos de la cultura europea, las aclimata con modificaciones predominantes de estilo y no de fondo.

En la sierra, el español queda aislado y profundamente rodeado por la cultura nativa: se ve obligado, por ejemplo, a quechuizarse, y muchos aspectos de su vida cotidiana y de sus propias concepciones acerca de la muerte, de la salud y de la propia visión del mundo son modificadas por el contacto rodeante de la cultura nativa.

Los cambios, el ritmo del proceso de desarrollo se realizarán en esta zona mucho más lentamente que en la costa.

La densidad de las pervivencias de la antigua cultura prehispánica y de la colonial serán mucho mayores y la estructura total de la sociedad cambiará en función de tales pervivencias.

Andando el tiempo, la costa civilizada considerará a la sierra “aindiada” como una zona culturalmente inferior, hasta que la ciencia haya demostrado que la cultura europea no es cualitativamente superior a ninguna otra.

Y son los mismos sabios europeos quienes descubren y demuestran este principio en que está basada la libertad y la igualdad humanaeste humana: no hay herencia biológica de la cultura, todo grupo humano está en aptitud de asimilar, en determinadas circunstancias, los inventos y valores de cualquier otro grupo humano; los casos de Japón y Rusia lo demuestran hasta la saciedad. Pero, en tanto se difunden las comprobaciones alcanzadas por la ciencia, quienes no han sido iluminados por ella siguen actuando según las antiguas convicciones o prejuicios; de este modo en el Perú, la palabra "serrano" se convierte en un insulto. Los mismos "serranos" aceptan su condición de inferioridad. La cuantiosa aunque disminuyente masa continúa utilizando, hoy mismo, las palabras "serrano", "cholo", "mulato", "indio", "negro" como términos injuriosos.

¿No es una expresión de fe racional en el país proclamar que todos los peruanos, cualquiera sea su “raza” y procedencia geográfica, son virtualmente iguales y que los prejuicios en que se fundaban las tan interesadas y antihumanas diferencias a que nos hemos referido, están desapareciendo?

Pero veamos la otra faz del problema: el de la “raza”. ¿Deberíamos recordar la muy ilustrativa polémica que en las mismas páginas de este suplemento sostuvo Juan Comas acerca de este asunto y el libro que Franz Boas dedicó al problema para demostrar que ni siquiera es posible comprobar que los individuos pertenecientes a ciertas razas son físicamente iguales, aparte del color, sino que muestran una diversidad que varía hasta el infinito? No es necesario recordarlo; basta con repetir que únicamente quienes ignoran los conocimientos elementales de la antropología pueden creer en el Perú que cuando se habla de indios alguien se refiere a la “raza”.

La mezcla racial comenzó con la conquista; ella se hizo en forma tan amplia e indiscriminada que, en un período no muy largo, figuraban ya en las clases y aun castas consideradas como superiores hombres racialmente mestizos e incluso indios, y a la inversa, en la masa de indios figuraban individuos mestizos de sangre y aun blancos.

La palabra indio no designa en el Perú una raza sino un tipo de  cultura; lo mismo ocurre con la palabra mestizo o cholo. Agradecemos en este sentido que la ignorancia de una persona que nos atribuye "nefastas tendencias racistas y ¿neoindigenistas?”, nos haya demostrado, aunque su finalidad era distinta, cuán necesario resulta esclarecer mejor el problema que hemos tratado de exponer brevemente en el presente artículo.

(*) El Dominical, 8 de marzo de 1964.

Reproduccion de documental con fines informativos. Nuestra revista respeta y valora el trabajo de sus realizadores, aunque no necesariamente comparta sus opiniones y perspectivas culturales.

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